Hace pocos días, Pedro Acosta hacía un elogio sincero de la figura de Marc Márquez. El tiburón de Mazarrón, al que muchos identifican como el sucesor natural del actual líder del Mundial de MotoGP, decía que Marc se sienta en la mesa de Nadal, de Gasol y de Alonso como uno de los más grandes deportistas españoles de la historia. No le llevaremos la contraria al joven piloto de KTM, pero la realidad es que, en cuanto a dominio de su deporte, Toni Bou está por encima de todos ellos. Y no solo entre españoles, sino a nivel mundial.
El piloto nacido en Piera se acaba de anotar este pasado fin de semana en Geddington, Reino Unido, sutrigésimo octavo título mundial de trial (19 outdoor y 19 indoor). Desde 2007, ha ganado todos los campeonatos posibles, lo que supone prácticamente dos décadas de reinado total de la especialidad. A sus 38 años, Bou no baja la guardia y buena prueba de ello es que esta temporada ha ganado 10 de las 12 pruebas del campeonato, quedando en segundo lugar en las dos restantes. Eso es dominio.
El problema es que el trial, pese a su indiscutible espectacularidad, es la especialidad más minoritaria del motociclismo. Bou merece mucho más reconocimiento a sus méritos de los que tiene, pero el poco seguimiento que tiene su especialidad deportiva hace que no esté en el radar del gran público a la hora de acordarse de los más grandes. Y, aunque de forma involuntaria, es el propio Bou en cierto modo culpable de ello: ha elevado el listón a tal altura que muy pocos en el mundo son capaces de medirse con él.
Los organizadores de las pruebas de trial han tenido que ir elevando el nivel de dificultad de los recorridos hasta hacerlos imposibles de franquear para todos los pilotos, excepto para Toni Bou. Hace unos años, se inscribían cerca de treinta pilotos a las pruebas mundialistas, mientras que hoy apenas supera la decena. Es tal el nivel de dificultad (y peligrosidad) al que Bou ha elevado las zonas (los tramos donde se compite) que, salvo unos pocos, la mayoría de los pilotos desisten siquiera de intentarlo.
El trial cambió el día que apareció un piloto llamado Jordi Tarrés. Antes de su llegada, la forma de hacer los recorridos no tenía nada que ver con el estilo que él importó del trialsín. Como el propio nombre indica, es una especialidad de trial sin motor, que se realizaba sobre unas bicicletas creadas a comienzos de los años 80 por Pedro Pi, un ingeniero de la marca Montesa. La técnica que exigía esta especialidad era tan particular que, cuando esta se trasladó a las motos, revolucionó de forma radical la competición.
Tarrés dio una vuelta de tuerca tal a la forma de pilotar las motos de trial que reinó en solitario en el Mundial durante siete años. Detrás del mítico piloto de Rellinars llegó la nueva generación que ya habían crecido con esta técnica y, desde entonces, puede considerarse al trial casi como un deporte distinto. Antes de Tarrés, las esporádicas victorias de pilotos españoles como Manuel Soler o Toni Gorgot se celebraban como algo extraordinario. Hoy en día, no solo abruma el dominio de Toni Bou en particular, sino de los pilotos españoles de trial en general.
El trialsín nació como recordábamos en Cataluña y se popularizó allí de forma espectacular. Si a eso le unimos, que los mejores técnicos de motos de trial como Josep Paxau, Xiu Serra o Pedro Ollé también eran de Cataluña, el trial pasó en apenas una década de ser una especialidad con interés a nivel global, a ser un deporte donde su meollo era eminentemente local. Ya no decimos español ni catalán siquiera, sino de tres o cuatro comarcas entre Barcelona y Gerona.
En Fórmula 1 había miedo con el dominio abrumador de Hamilton y Mercedes, igual que lo hubo después con el de Verstappen y Red Bull. Cuando desaparece la competitividad y la victoria es el monólogo de un piloto, de un equipo o de un país, el seguimiento se diluye hasta que solo quedan los muy próximos. Esto es por desgracia lo que ha pasado con el trial. En la cumbre de su espectacularidad, en la cumbre de un deportista único en el planeta como es Toni Bou, la especialidad no rompe un techo de cierta indiferencia.
Toni Bou, haciendo honor a su apellido catalán, está a sus 38 años hecho un toro. El reto es llegar a los cuarenta logrando su cuadragésimo título mundial. Pocos apuestan que no pueda conseguirlo, porque su talento es de otro planeta, pero su dedicación no le va a la zaga. ¿Qué es lo que le hace tan especial? "Yo creo que tuve la suerte que mi padre me puso en el lugar para el que tenía un don", reconocía Bou en una entrevista. "Hay otras cosas para las que soy más bien patoso, pero esto es que siempre se me dio bien".
Es obvio que hay un talento natural y mucho trabajo detrás de un dominio que no tiene parangón a nivel mundial. Pero también hay un tipo de técnica, que al igual que hizo Jordi Tarrés en su momento, Toni Bou ha pillado con el paso cambiado a todos sus rivales. El piloto catalán, aunque suene raro decirlo, ya no monta en moto o, por decirlo de otra forma, ya no rueda con la moto. Literalmente salta con ella. Bou sobrepasa los obstáculos del recorrido utilizando solo la rueda trasera y golpes de acelerador.
El propio Bou ha hecho demostraciones de hasta qué punto es capaz de prescindir de la rueda delantera, suprimiéndola directamente de su moto. Es tal la dificultad de esta técnica que, desde hace ya varios años, los organizadores estudian cómo volver de alguna forma al trial clásico, el de las dos ruedas al suelo y rodaje continuado. Llega un momento que, salvo un par de jóvenes a la estela de Bou como Gabriel Marcelli o Jaime Busto, nadie puede ni soñar pasar por donde pasa el piloto de Montesa HRC.
El dominio de Toni Bou es indudable que ha ido en detrimento del seguimiento del trial y, como consecuencia de ello, también de sus méritos. Y es muy injusto, porque un título mundial, sea de la especialidad que sea, tiene un mérito enorme. Su pecado ha sido ser tan rematadamente excepcional que ya no es que Bou se debería sentar en la mesa de los Nadal, Gasol, Márquez o Alonso. Es que está por encima de todos ellos. Y fuera de España, también.